sábado, 7 de febrero de 2009

6- Cristian, higiene y limpieza

Los bandejeros empiezan a bajar las sillas de las mesas ocho y media. Hasta ese momento nada. Silencio total. Si soy el primero en llegar, abro la heladera y agarro un bocadito. Igual, nadie lleva la cuenta. Mi preferido es el de coco, pero hoy no había. Me tuve que conformar con una tarteleta de chocolate y dulce de leche. Café no tomo. Coca, o jugo de naranja. De ahí al baño derecho. A la mañana tengo el estomago de un recién nacido, lo que como lo cago.
Amada estaba preparando ensalada de fruta. Subí al entrepiso porque me había olvidado los puchos en el jean.
Entré al baño con el cigarrillo ya encendido. Me gusta fumar mientras cago. Mientras me hago la paja también. El pibe que limpia el baño se llama Cristian. Es macanudo, pero tiene un vicio mucho peor que el tabaco: te habla mientras cagas. El tipo habla y habla y no hay un día en que no tenga un tema de conversación que dure desde el momento en que levantás la tapa hasta que tirás la cadena. Yo le respondo como puedo, mucho “ajá” y “mira vos”. Esta vez Cristian estaba medio apagado porque tiene a su nena con un salpullido fulero y el antibiótico que le recetaron sale fortuna. Además, se acaba de separar, pero cuando habla de eso no se lo nota muy angustiado. Por lo poco que llegué a captar –no sé que tipo de relación fisiológica hay entre el esfínter y los oídos, pero cuando hago fuerza con el primero se tapan los segundos- parece que la mina se fue con otro tipo y le dejó los nenes, ni idea cuantos, a Cristian, que se fue a vivir a lo de su madre.
Salí del cubículo y encendí otro cigarrillo. Cristian estaba repasando el piso. Me senté en la sillita de madera. Le dije que me iba a fijar si tenía algo parecido a lo que necesitaba en casa, en la lata de los remedios de mamá. Si no le podía preguntar a Popi. Popi es un amigo medio periférico que tengo. Trabajaba con Julián en la juguetería de Caseros y Catamarca, ahora está de empleado en una farmacia. Anda siempre con la nariz irritada por culpa de una sinusitis crónica y tiene una expresión de susto muy cómica. Buen pibe, Popi. De vez en cuando me consigue algunas muestras para mamá. Sedantes, más que nada.
Cristian me contó qué además del remedio tenía que comprar una crema. “Es una crema refrescante, para que la nena no se lastime. Huevo y medio sale”.
Los parlantes del shopping crujieron y arrancó el enganchado asesino con un mega aborto de Alejandro Lerner. Por más que quieras resistirte al enganchado, tarde o temprano se te termina metiendo en la corteza cerebral. Abren con Lerner, después Cachita de Montaner, para levantar, un tema horrible de los Cadillacs, y así hasta que vuelven al comienzo. Insoportable. Cada dos o tres meses cambian algunos temas, pero nunca para mejor. Me calcé la visera y salí del baño.
Atrás de la línea de locales hay un pasillo que es el que usamos los empleados para entrar y salir, o fumar un cigarrillo y conversar un rato. Podría diseccionarse a cada local en tres partes: la parte de adelante (heladeras llenas de repostería, focaccias saborizadas de jamón y queso, carteles luminosos, jóvenes enajenados corriendo de acá para allá, etc.), que por razones obvias está siempre esplendida; la parte media, donde se conecta la parte delantera con la trasera; y la parte trasera o cocina, o sala de máquinas. Para los que no tienen la suerte de haber trabajado en un local de comidas rápidas (o fafú, como le dice mamá) va la siguiente revelación: lo que no se ve es mucho peor que lo que se ve. En la zona media, generalmente, hay dos o tres microondas que se usan para calentar los pedidos atrasados y algunas variedades de pasta. En algunos casos también hay hornos –como en Di Caprio- y hasta parrillas. Digamos que en la zona media el nivel de urgencia sanitaria es acorde a su posición: medio. Los microondas tienen las paredes internas llenas de costra amarilla, que es lo que le impregna ese sabor tan característico a la comida. El piso aguanta las primeras dos horas. Después de ese plazo vira a piso de boliche. La cafetera amanece reluciente y termina llena de manchas marrones y negras, como si hubiese corrido un rally. El aseo de los empleados que transitan esta zona da para un análisis más profundo. El mío, por lo pronto, deja mucho que desear.
Pero la parte de atrás es la peor. En la parte de atrás vale todo.

4 comentarios:

  1. me gusta su estilo, doña Victoria.
    encantado de leerla.

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  2. perdon, te confundi con Vick, no se por que visicitud de la internec. igual esta muy bueno tu estilo. muy bueno.

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  3. Pffff!! Creo que es hora de abrir mi propio blog... me lo piden los fans! (:p)

    Ubicas un tema de calle 13 q clama:
    "se vale tóo en este sanuich de sal-chi-cha"?

    se me coló en el dial inetrior cuando leí el ultimo renglón y ahora lo canto mentalmente sin pararrrrr!!

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  4. A mí también me gusta como escribís, sigo las publicaciones de tu blog. Saludos y mucho gusto, Virginia

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