sábado, 25 de julio de 2009

Historia clínica 2. No temas, muñeca.


Es principios de los noventa. El día anterior había ido a dormir a lo de Martín Gattone, un amigo de la primaria. Martín vivía en un PH oscuro sobre la avenida Niceto Vega, pasando el mercado de las pulgas. Como la única plaza más o menos buena nos quedaba lejos casi no salíamos de la casa, pero no nos quejábamos. Supongo que era una de esas restricciones que estimulan la imaginación, porque la verdad que ahí adentro la pasábamos joya. Ese día, probablemente, Griselda nos recibió con unos fideos con manteca que nosotros, seguramente, habremos apurado para ir a lo nuestro. Lo nuestro era metegolentra en el pasillo, dibujos animados de cuatro a cinco, merienda y jugar a los ninjas. Esto último, lo de los ninjas, no debe ser tomado al pie de la letra. En realidad es el nombre genérico que le quedó al momento cumbre de nuestra rutina. Cuando el sol declinaba y la casa se tornaba cada vez menos una casa y cada vez más el cuartel de los malos, Martín y yo tomábamos nuestras armas –Martín un rifle, yo una ametralladora automática muy flashera- y emprendíamos la búsqueda con el sabor del café con leche todavía en la boca. Buscábamos a nuestras novias secuestradas. Casi siempre les poníamos nombres yanquis, como Jennifer, o Tiffany. Los enemigos aparecían de repente, pero se rendían ante el poder de nuestras patadas voladoras. Si alguien hubiese estado mirando en ese momento se habría encontrado con dos púberes tirándole piñas y patadas a la nada, como si estuvieran bajo los efectos de un mal viaje de ácido. Una vez que nos librábamos de los centinelas, subíamos al auto –el sofá de martín con el agregado de mi ametralladora entre los dos almohadones haciendo las veces de palanca de cambios- y rumbeábamos para el aguantadero: el cuarto de Marcela, la hermanita de Martín. Ahí nos esperaban nuestras chicas. Rubias, hermosas, sensuales, diminutas. Es que, a falta de novias de carne y hueso, teníamos que conformarnos con las barbies de Marcela. Entonces era entrar al cuarto, agarrar las barbies y salir disparados. Martín se tiraba con su chica en la cama de Marcela, yo me iba con la mía a su cama. En ese momento el cuartel de los malos se convertía, testosterona mediante, en un petit telo.

9 comentarios:

  1. las barbies resultaban ser siempre el juguete más manipulado por nuestros hermanos varones...

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  2. ya imagino el titular de crónica: secta ninja somete muñecas yanquis, tan tan tan tarata

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  3. extraño mi imaginación de niña...

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  4. A los tiros, usando metralleta y pateando la puerta: eran más Jack Bauer que ninjas.

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  5. uau!

    En sexto grado Facu nos contó a todos en un recreo que el había hecho el amor. sic. (y sick). No me había dado cuenta de que seguro había tenido su primera vez con malibu stacy!

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  6. Un comentario descolgado, no se trata de confesar que tuve un sueño erótico con Kent, sino, simplemente, avisarle a Pablo que en una entrada mandé a una de este blog, asi que varios amigos descolgados que a veces lo miran (son como 3) por ahí se pasan por acá. Un abrazo.

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  7. mi vida!!! que amores jajajaj... me encanto el toqueteo a la barbie...

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  8. Qué graciosa la imagen de la cama y las barbies! Despues de rescatarlas, los ninjas reclamaban un poco de amor.

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  9. S.A.L.: La pucha. Será que todos estamos escribiendo un único texto: EL texto.
    Supongo que nuestra parte es que se lee rápido para llegar a lo bueno.

    Abrazo
    Pablo

    PD: por algún motivo que desconozco no estoy pudiendo comentar en tu blog de trenes.

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