miércoles, 14 de enero de 2009

1- Hernán, papá, mamá, Miriam

En casa me levanto primero, siempre. A Hernán lo irrita. Cuando me ve sentado en el patio con el mate va y se prepara otro para él solo. A veces le ofrezco del mío, pero se hace el sordo. Después me grita desde el baño que no hay una toalla seca y ahí yo me hago el sordo. Honestamente, es un estado de cosas insoportable, pero nos supera. Mamá y papá no se meten. Generalmente me los encuentro a la hora del almuerzo que vengo a casa porque me queda cerca del laburo. A esa hora Hernán no está. Papá tiene el sueño más pesado, así que la mayoría de las veces cuando llego mamá está tirándole de los brazos para que se despegue de la almohada. Mamá toma pastillas pero le hacen efecto a la tarde siguiente recién. Ya cuando me estoy yendo de nuevo a trabajar se pone a merodear el sofá moviendo los portarretratos de una mesa a otra hasta que se le juntan demasiados en una misma mesa y desiste y vuelca en el sofá. Miriam es una señora con cara aindiada que viene a la tarde a casa. Antes venía otra, Nilsa, pero mamá la echó, según dice, porque era amiga de lo ajeno. Todavía no sé muy bien que es lo que hace Miriam todas las tardes en casa. Mamá dice que la ayuda, pero cuando Miriam llega, ella ya está colocadísima en el sofá y como a papá hace rato que no le importa nada, cálculo que Miriam se pasará unas tres o cuatro horas mirando la tele veintiún pulgadas que compramos a medias con Hernán en una de esas ofertas pre-mundial de fútbol y en la media hora restante hace las camas y levanta los portarretratos que mamá deja amontonados sobre la mesa del teléfono.

Hoy me levanté a las seis y media. Hernán abrió un ojo–el otro estaba sellado por un cúmulo de lagañas- se dio vuelta y siguió durmiendo. Prendí la hornalla y me corté las uñas sentado en la silla floreada. En mitad de la faena tuve que salir corriendo para el cuarto porque me había olvidado de apagar la alarma recurrente del despertador. Hernán me dijo que lo apague la concha de mi madre y yo medio le pedí disculpas medio lo mande a la mierda al mismo tiempo. Volví a la cocina y me la encontré a mamá envuelta en la luz azul de la hornalla. Me miró como si le costara ubicarme. Después se dio vuelta y empezó a abrir una por una las puertas de la alacena. Le pregunté qué buscaba y contestó no sé qué verdura sobre Miriam y la lata de los remedios. Le pregunté si se había fijado abajo, entre las cacerolas. “Hacéme el favor, alcanzáme la llave del candado”, me dijo. “No tiene candado”, le dije yo “¿Y esto qué es?” dijo ella golpeando el candado contra la puerta de la alacena. “¿No los habíamos sacado todos?”, insistí “¿quién lo puso?” “Yo”, dijo mamá. Le pregunte si Miriam también era chorra. Me dijo que no, pero que seguro chupaba. Saqué la llavecita plateada del cajón de la máquina de coser y se la alcancé. Acto seguido, mamá abrió el candado y sacó la botella de ginebra.

3 comentarios:

  1. Muy bueno! entretenido y deprimente a la vez!
    Queremos más y mas largos!!!
    Abraso grande!

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  2. Pooool.
    Nunca me voy a cansar de leer las cosas que escribis y como las escribis. Pocas personas hablan y escriben y me dejo envolver en su discurso o redacción...como mi hermana o mi amiga Maria.
    Te felicito, no dejes de hacer esto!!!!!!!!
    Baccio
    Mechi

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