sábado, 18 de julio de 2009

Historia Clínica 1. El bolo. Otitis.


“Se le va a hacer un bolo”.
Así de claro, asumiendo que por algún misterioso motivo yo había dejado de entender el castellano, Delia le profetizaba a mamá lo que me esperaba si no lograba cagar de una buena vez. Yo las miraba desde el inodoro, con los ojos rojos de llorar, asustadísimo.
Tenía seis años. Me acuerdo porque ese 1988 empecé primer grado y dejé de cagar, todo en un mismo día. Hace poco le escuché decir a mi hermana que mi etapa seca había sido consecuencia del divorcio de nuestros padres. No sé, es una salida digna, pero la cosa es que por más garra que le pusiera no podía. Llegaba un punto en que el miedo a que me explote el culo superaba ampliamente a la amenaza del bolo y todo el esfuerzo realizado para soltar lastre se echaba a perder con un involuntario movimiento muscular que volvía a meter lo poquito que había salido. Además, cuando sos chico cualquier problema de salud convierte tu vida en un infierno; siempre con la angustia de no saber por qué te pasa lo que te pasa, ni cuando se te va a pasar. Bueno, pónganse en mi lugar. Imagínense de niños, pensando que cada sentada va a ser como parir un gorila por el traste: es el fin del mundo. Llegué a pensar en una vida sin alimentos sólidos. En serio.
Pero, afortunadamente, por más estrecho que se nos presente el porvenir, tarde o temprano todo pasa. Así fue que un día que ya no recuerdo pude hacer sin problemas y de ahí en más el acto de cagar se convirtió en uno de mis momentos de máximo placer, como siempre debió haber sido.
No obstante, ese no iba a ser el último de mis padecimientos, ni siquiera el más extraño. Aunque nunca pisé un quirófano, mi historia clínica es bastante frondosa e incluye algunos momentos memorables. Pasen y vean.

Entre mis siete y mis diez años, “verano” y “otitis aguda” fueron sinónimos. La primera vez me la agarré en la pileta del club, presumiblemente a causa de un fallido salto ornamental estilo “bomba”. Si mal no recuerdo, perdí la vertical a mitad de la ejecución y entré al agua de costado, con desastrosas consecuencias para mi salud auditiva. Los oídos me zumbaron como la puta madre el resto de la temporada de pileta, que, de más está decir, para mí se había terminado anticipadamente. Por momentos me quedaba completamente sordo, cosa que a los adultos les resultaba harto simpática, pero a mí me hacía pensar en colegios especiales y una vida muda, como las pelis de Carlitos Chaplín. La almohada amanecía humedecida por las gotitas de agua que iban vertiendo mis oídos a medida que la infección perdía terreno contra el antibiótico. Lloraba mucho, a la noche sobre todo, cuando me iba a dormir.
No le deseo ni al enemigo lo de la otitis; en serio, es de esos dolores que no te dejan estar, cada medio minuto tus oídos empiezan a irradiar unas punzadas asesinas que te cruzan el cráneo para todos los wines. Para que se hagan una idea: tiene algún parentesco con el dolor de muelas (dolor del cual entiendo bastante, como comprobarán más adelante), sólo que la muela de última vas al dentista y te la haces sacar. Los oídos cotizan distinto. Nadie se extrae el oído.

12 comentarios:

  1. jujuju! me divierte el humor escatológico.
    Y me quedé pensando, es que todos los padres se divorciaron en el 88?!

    ResponderEliminar
  2. pobrecitooo!!!! que dolor todo. lo del bolo, lo del oido... no queres volver a ser niño no??

    ResponderEliminar
  3. te entiendo perfectamente. He padecido de ambas dolencias. La del bolo hasta entrada la adolescencia. Recuerdo unas vacaciones en que mis amigos aplaudieron el día que por fin logré liberar casi una semana de comidas varias...

    ResponderEliminar
  4. Tenés una forma de narrar tus peripecias que me encantan.

    Sin embargo, no puedo evitar relacionar todo esto con lo que estoy estudiando en este momento. Lo del bolo me lo puedo imaginar. Desde el punto de vista de la medicina tradicional china, los problemas con el intestino grueso se relacionan con no poder soltar algo viejo que definitivamente ya no nos sirve. Nos aferramos a esa idea cuando en realidad lo mejor sería simplemente soltar y ya.

    Los problemas con el oído se relacionan directamente con el intestino delgado que a su vez está muy relacionado con la posibilidad que tenemos de discriminar lo que nos nutre (y lo deja pasar a la sangre) de lo que no (y por lo tanto, pasa al grueso que se ocupa de eliminarlo definitivamente). El intestino delgado se resiente mucho en épocas de duelos.

    Bueno, la próxima me callo la boca.

    ResponderEliminar
  5. ...este post me hizo reflexionar y concuerdo.
    por suerte ya no tengo otitis, pero cómo me cuesta soltar y ya...

    ResponderEliminar
  6. ja! buenisimo!! me hizo a cordar a Mientras escribo, de Stephen King, la época q cuenta de sus problemas con la otitis y del terror q a él le daba ir al médico. Pero como al personaje de este texto, a él también se le pasó.

    ResponderEliminar
  7. si loco, la otitis es el peor recuerdo de mi niñez (bueno, más allá de que todavía no haya salido...)

    (y aunque tenga nombre gracioso, el Rey Otitis, emperador de Creta)

    ResponderEliminar
  8. me encantó.
    a ver si nos vemos, querido...

    ResponderEliminar
  9. Hey! Yo tuve otitis y también la traje del club. Era chico y me acuerdo que el viaje en micro desde el tigre hasta villa del parque fue una tortura llena de lágrimas.

    ResponderEliminar
  10. Uf! Quién no ha padecido a la "maldita" esa. La innombrabre, a lo Voldemort (?). Y no crean que porque sos chiquito, llorás. Yo la tuve a los 20, y lloré como loca, igual que cuando la tuve a lo 6. Esas infectas piles...!

    Lo del bolo, un bajón. Yo me cagaría toda, si me pasase. Que querés que te diga (malo, sí.) :D

    ResponderEliminar
  11. Hola, te vuelvo a leer e insisto, me encanta. De chico esos comentarios fútiles se convierten en monstruos que nos acechan, todo se magnifica.
    Lucrecia Martel trabaja mucho ese tipo de mirada.
    Y en la adultez vuelven, como ecos de antiguas voces. Es decir que, transformados, nunca nos abandonan.

    ResponderEliminar
  12. A mi también me pasó lo del bolo, un bajón.
    Recuerdo huidas para evitar que me penetren con una pera de goma, horrible!
    Todo concluyo una hermosa mañana en que desperté recostado sobre un montículo de mierda maloliente, y así, con un sueño concluyó la pesadilla.

    ResponderEliminar