lunes, 8 de junio de 2009

Junio 2009


Recién acompañé a Ani a la estación. Esperamos el tren sentados en uno de esos bancos de madera que tienen varios listones horizontales y que si se los mira de costado parecen una lengua enorme. La pierna de Ani se escondió entre mis piernas y yo puse mis manos entre las suyas. Hacía un frío de morgue.

Como la espera iba para largo –el tren anterior se había ido delante de nuestras lloronas narices- nos pusimos a conversar.
No recuerdo exactamente cómo llegamos a hablar de mamá. Si no me equivoco empezó Ani y yo –esto sí lo recuerdo bien- le dije que hoy había estado pensando en ella justamente, en mamá. Ani me preguntó qué había estado pensando. Creo que a ella le gusta hablar de este tema porque su papá murió relativamente joven, como mamá.
El papá de Ani fundió biela después de una agonía larga. Perdió la pelea, como quien dice, por puntos. Ella era chica y se dio cuenta de que él estaba enfermo bastante después de que le diagnosticaran el cáncer. Cuando su papá murió, Ani tenía quince. La edad justa para que una cosa así te caiga como un mazazo en la cabeza.
Yo la tuve más suave: mamá aguantó quince días. Nocaut. El fin de semana previo a que la internaran me había hecho un paso de ballet en el living para que yo me decidiese a salir con mis amigos. Aparentemente el dolor de espalda le había aflojado, pero, por como se dio todo, calculo que el cáncer estaba tomando envión. Yo sumaba veintiún abriles, suficientes, según la ley, para hacerme cargo de mi alimentación, entre otras cosas.

Giré la cabeza y abrí bien los ojos a ver si el viento helado me secaba los lacrimales. No hubo caso. Me di vuelta y miré a Ani con los ojos como dos vidrieras.
-La extraño- le respondí, sin que hiciera falta aclarar que más que pensando había estado añorándola.

Ani subió al tren. Yo la escolté hasta la puerta y la saludé con un beso en la boca. Después di media vuelta y baje del andén por una escalera lateral.
Cuando nos despedimos ya ninguno de los dos lagrimeaba, pero a mi la charla me había dejado de un humor otoñal.
Me volví a casa revoleando el llavero. Mientras cruzaba el parque noté que estaba completamente solo, ningún ser vivo -sin contar a las plantas- a la vista, nadie, ni siquiera un perro. Había un silencio atronador. Por las dudas miré hacia atrás. Nada. Nadie. Más adelante, como a unos veinte metros, vi un tilo con unas pocas hojas ya muy secas.

Hace cinco años que se murió mamá y llevo la misma cantidad de tiempo refiriéndome a ella en tercera persona. Sentí como una necesidad física de llamarla de un grito y se me ocurrió que la referencia del árbol me iba a ayudar a proyectar la voz, pero me salió un murmullo aspirado. Todavía me quedaban unos diez metros para pasar el tilo, así que me embarqué en un segundo intento. Moví la lengua con la boca cerrada a ver si la hacía entrar en calor, fabriqué una considerable cantidad de saliva que luego tragué, me humedecí los labios, miré directo hacia el tilo y grité. No salió nada.
Una racha de viento frío polar antártico me obligó a admitir mi fracaso. Dejé atrás tilo y parque y seguí arrastrando los pies hasta casa.

Ahora estoy echado en el sofá. Me pongo a escribir esto que estoy escribiendo, la imagino a Ani bajando del tren, contando las monedas para el colectivo, me levanto, pongo agua para el mate, escuchó los mensajes del contestador, escribo un poco más, cierro la persiana, apago la luz, me saco las zapatillas, le pego una releída a lo escrito.
Ahora sí. Ahora me escucho llamándote. Ahora siento que me sale más fácil, ma.

5 comentarios:

  1. te quiero mucho amigo...
    creo que hoy varios nos acordamos
    te mando un abrazo muuuy fuerte!

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  2. Que bueno que volviste, extrañaba leerte.
    Gracias por el comentario en el blog y muy emotivo, además de poético, lo que escribiste. Nuestros blogs se entrecruzan.

    Saludos, Virginia

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  3. Leí este post en la revista oblogo. Quiero decirte: Me gustó. Mucho.
    Sabé que llegó. Que este tu grito escrito llegó, y varios lo escuchamos.
    No nos conocemos, pero igual te mando un abrazo. De esos que le doy a mi hijo.

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  4. Chetto, ¿qué decir? Para empezar te agradezco el comentario elogioso. Lo que viene después, bueno, digamos que respondo a tu abrazo con otro y aprecio muchísimo que te hayas molestado en dejarme este mensaje. Me has dado una lindísima sopresa.

    Saludos
    Pablo

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  5. Muy bueno este texto. Lo había leído hace unos números, en Oblogo, y lo releí hoy en la Oblogo de esta semana. Sabés que dio para escuchar tu "ma..." Escalofriante.
    Saludos,
    Anahí

    www.anahiflores.org

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