viernes, 16 de enero de 2009

3- Los candados, mamá

Al otro día lo trajeron a Hernán en una silla de ruedas y sin apéndice. Papá subió el auto marcha atrás sobre la vereda. Primero bajó mamá. Después papá lo ayudó a bajar a Hernán y mamá lo recibió con la silla desplegada y una almohada que sacó del bolso y colocó entre Hernán y el respaldo. Yo había pasado una noche esplendida mirando tele y desquitándome con el bizcochuelo de la tía. En una visita al baño había manoteado la revista del cable y recorriendo la grilla de programación me encontré con que en Space pasaban Seducción de dos lunas a la una y media. No me acuerdo qué le dije a la tía pero logré que se subiera en un taxi y me dejara el bizcochuelo. Después abusé un rato de mí mismo y planché en el sofá.
“¿Y vos qué hacés que no estás en colegio?”,dijo papá mientras depositaba a Hernán en su cama. Le dije que no me había sonado el despertador. “Andá y ayudá a tu madre”, dijo. Salí del cuarto deseando haber ido al colegio. Mamá estaba en el patio sancochando un calzoncillo de Hernán contra el fondo de la pileta. Le pregunté si necesitaba algo y me ladró que le acercara la cartera. “Tomá”, dijo alargándome cincuenta pesos, “andá a lo de Héctor y traéte seis candados de los chiquitos” A partir de ese día y hasta que papá y mamá dejaron de salir de casa tuvimos restringido el acceso a las alacenas y yo se lo enrostré a Hernán cada vez que pude.



Empezó a amanecer. La luz del patio viró de celeste a un blanco mortecino y la mesa de la cocina rezumaba ginebra. Miré a mamá y me acordé cuando éramos chicos y nos daba una cucharadita de propóleo antes de desayunar. “¿Cuántos años tenés?”, me preguntó. “Veintiséis”, le recordé frunciendo la nariz por el olor. “Qué linda edad”, dijo. “Toda la vida por delante”. Y ahí nomás se largó a llorar. En ese momento apareció Hernán en el marco de la puerta. Se hizo el boludo, dio media vuelta y salió al patio rascándose el culo. “Perdonáme, hijo. No sé qué le pasa a mamá”. “Tenés que salir, mamá”, le dije mientras me cebaba el primer mate. “¿A dónde?”, dijo ella. “No sé, ma, a donde sea. A una quinta”. “¿Qué quinta? A mí lo que me hace falta es volver a trabajar”. “Y bueno”, dije tratando de ponerle pilas, “¿por qué no se ponen un quiosco con papá?” Mamá se secó la nariz con la manga del camisón y me dijo que un quiosco era mucho trabajo y que para ganar miseria prefería trabajar por horas en una casa. Me puse a rayar la mesa con la llavecita del candado a ver si haciéndola enojar la sacaba de la onda tanguera. “Dejá eso ahí”, me gruñó. Un segundo después se le cayeron las cejas y la pera se le lleno de gusanos. “Extraño a mi papá”, vómito hecha un mar de lágrimas. “LO EXTRAÑO TANTO” Le agarré la mano un rato. En el baño Hernán cantaba un tema de una esas bandas de mierda que le gustan a él. Salió el sol sobre la medianera. Levanté a mamá de la silla y la acompañe hasta la puerta de su cuarto. “Trata de dormir un poco, vieja”, le dije. “Cuando vuelvo vemos si se nos ocurre algo”. Me dio un beso en la frente y avanzó dando pasitos hasta su lado de la cama.

2 comentarios:

  1. No a los candados, si a las alacenas.
    No al Osio, si a Kiosco.
    Buenisimo Pol!
    màssss!!!

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  2. te pusiste costumbrista, pablet, ;) me gustó la luz y el clima. beijo
    InedM

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